Cuando Harry Gruyaert visitó Marruecos por primera vez en 1972, fue amor a primera vista. En cada nueva visita, ha intentado revivir esa sensación inicial de encanto, la espléndida armonía entre forma y color, gente y naturaleza.
 
Desde las montañas del Alto Atlas hasta el desierto, desde las zonas rurales hasta las bulliciosas calles de Marrakech y Essaouira, las fotografías de Gruyaert nos llevan en un viaje cinematográfico onírico a través de una realidad que, sin embargo, es muy física, con texturas moldeadas por luces y sombras. Cada imagen tiene su propio poder y todas reflejan la importancia de la familia, la comunidad y la fe para el pueblo de Marruecos, así como la curiosidad innata de Gruyaert y su deseo de comprender diferentes realidades.