ENVIOS A FINAL DE ESTA SEMANA
 
En 1972, Silverthorne tenía veinticinco años, llevaba cuatro años casado, acababa de nacer su segundo hijo y la guerra de Vietnam todavía estaba floreciendo. El cambio y la muerte estaban en el aire, y en la Morgue era donde Silverthorne podía encontrar evidencia física de este sentimiento.
 
Después de proponer un proyecto documental al Fiscal General del estado, éste, para sorpresa de Silverthorne, dijo que sí. Se envía un cadáver a la morgue estatal si se desconocen o se conocen circunstancias violentas que rodearon la muerte. Con el tiempo, el proyecto evolucionó hasta convertirse en cualquier cosa menos un documental, se convirtió en un retrato de sueños y fracasos, un residuo de realidades, todo ello interpretado por Silverthorne con total respeto y total desprecio.
 
“Puedo morir en un momento, en un cruce de fronteras. La muerte desabrocha y bloquea, el tiempo se mide y se marca. Para los vivos, las consideraciones personales explotan y derivan hacia cada sentimiento, mientras que las regulaciones públicas constriñen y sentimentalizan este cambio único y ordinario. Mis padres murieron cuando yo era joven y en gran parte fui a la morgue a buscarlos. Los encontré, muchos años después, en mi corazón”.