Alex Llovet nos ofrece su trabajo de apariencia más documental, sin perder la mirada poética y el carácter conceptual que le definen: un proyecto desarrollado a lo largo de diez años, en los bosques que rodean su casa. 
 
El bosque es el arquetipo del estado salvaje, representa lo indómito y como tal, a menudo se convierte en un lugar de huida, un refugio donde esconderse y mantener el anonimato. Por su oscuridad y su arraigamiento profundo, también simboliza lo inconsciente y un espacio mágico ancestral donde conectar con los poderes elementales que en él residen y reencontrarse con partes desconocidas u olvidadas de nuestro ser. En el bosque puedes escapar de la sociedad, pero no de ti mismo. 
 
En las afueras de Barcelona, se encuentra uno de los parques periurbanos más grandes del mundo: la sierra boscosa de Collserola. Espacio de huida pero también tierra prometida, a mediados del siglo pasado los primeros colonos llegaron aquí escapando de sus lugares de origen en busca de una nueva oportunidad, convirtiendo estas montañas en una especie de “farwest catalán”. Desde entonces, son muchos los que han acabado aquí, incluido el autor, por razones muy diversas. Pero todos tienen algo en común: viven entre árboles, inmersos en el bosque y en íntima relación con él, así que poco a poco lo han ido domesticando, modificando el territorio para adaptarlo a sus necesidades. Y es que la proximidad de la gran ciudad lo hace fácilmente accesible y por tanto vulnerable. Pero el bosque es poderoso y no ha dejado nunca de ejercer fuerzas invisibles sobre sus habitantes, dejando su huella tanto en sus casas como en su espíritu.