“Las palabras y las imágenes son dos animales diferentes” (William Eggleston)
 
En 1933 Eric Pixton salió de Buenos Aires a bordo del Lybo, un kayak de lona con sus remos, un par de velas y 150 kilogramos de equipo. Su objetivo era navegar río arriba por el río Uruguay unos 1200 kilómetros, a través de las fronteras de Argentina, Uruguay y Brasil hasta las Cataratas del Iguazú. El viaje de Pixton se convirtió en un libro publicado en 1936 por la editorial argentina Peuser y luego cayó en el olvido. Casi un siglo después, Mariano Herrera (Buenos Aires, 1970) siguió con su cámara los senderos fluviales de Pixton. En lugar de simplemente recrear una expedición olvidada, La sombra de un río reflexiona sobre el tiempo y la memoria mientras retrata la vida en las costas que desembocan en el delta del Paraná, el segundo río más grande de Sudamérica.
Pronto las huellas de Pixton se convierten en los pilares de la propia narrativa visual de Herrera. Los recuerdos antiguos sobre la aventura original se entrelazan con retratos recientes e historias escritas sobre los habitantes del delta.
Una mezcla de pasado y presente pero también realidad y ficción, donde lugares y personas son inevitablemente erosionados por los sedimentos de las aguas parduscas del Uruguay. El paso del tiempo está siempre presente en las fotografías gastadas, las páginas amarillentas y las notas escritas a mano arrugadas de Pixton. Lo mismo ocurre con los escenarios medio abandonados y las caras viejas maltratadas con las que se topa Herrera. Personas ribereñas que se sientan en un porche, toman una copa, se paran en un rincón o simplemente se tumban en la cama. Mirando a la cámara contra paredes húmedas, teteras oxidadas o habitaciones de madera decoradas con cuchillos. Un estado de ánimo similar desborda las evocaciones pasadas de Pixton y las imágenes renovadas de Herrera, como si el río moldeara todas las formas de vida a su alrededor de vez en cuando. Los cuerpos mojados o embarrados parecen moldeados por su flujo interminable. Humanos y criaturas nadan y descansan en sus aguas, hasta que la noche estrellada cae sobre la orilla del río junto al bosque. Al igual que los documentos polvorientos donde Pixton intentó capturar sus recuerdos esquivos, las casas deterioradas y las ruinas de las fábricas capturadas por Herrera parecen intentos inútiles de construir algún desarrollo duradero contra los inexorables caminos de la naturaleza.
El libro alterna color con blanco y negro, recortes de periódicos, archivos antiguos y hojas de papel mecanografiadas que adquieren la misma tonalidad que el río. El gusto de Herrera por la gente real en su entorno cotidiano se aleja de cualquier visión exuberante o idealizada de la región. La transición entre sus fotografías y las de Pixton se vuelve intencionadamente borrosa, hasta que ambos recuerdos parecen arrastrarse por las aguas. Esta sutil mezcla actúa como un recordatorio visual de que todo debe pasar y pasará, a diferencia de las renovaciones nostálgicas del pasado como el retrofuturismo y el steampunk. La interpretación personal de Herrera de la salvaje ribera del río Uruguay mira hacia atrás y hacia adentro, como deberían hacerlo la verdadera literatura y los viajes.